Curiosidades de “Doce horas enlazados”

¿Se puede justificar una novela, un poema, cualquier tipo de obra? Eso es lo que le hemos pedido a José Miguel Molowny, autor de Doce horas enlazados. Y su «justificación» te dará las claves necesarias para elegir esta novela como una de tus lecturas de verano.

 

«Justificar una novela, o un poemario, me traslada a mi verdadero y viejo oficio de arquitecto— comienza diciéndonos Molowny—, en el que he tenido la necesidad de hacerlo en diversas ocasiones, ya fuera sobre un proyecto o sobre una obra terminada. En ambas disciplinas, o en ambas artes, se puede recurrir a empezar por los planteamientos e ir analizando los pasos seguidos hasta la consecución del objetivo buscado».

 

Claro que tirar por este camino no siempre es sencillo. Y él mismo lo reconoce: «Debo expresar que considero más fácil justificar una obra arquitectónica, tal vez a partir de los principios que enunciara Vitruvio en el siglo I a.C. sobre la utilidad, la solidez y la belleza que debe tener todo edificio. Si transportamos eso a la literatura, nos encontraremos con que los dos primeros principios o metas a alcanzar, de utilidad y solidez, no le son aplicables, en su sentido más objetivo, pues toda edificación debe servir para un uso determinado (utilidad) y ser resistente (solidez). Así, pues, me quedo con el tercer principio, la belleza, como elemento común a ambas manifestaciones artísticas y, por ende, culturales».

 

Una belleza, y especialmente en literatura, que constituye para José Miguel Molowny «una acepción semántica de lo que debe ser toda obra escrita, que engloba la exposición de una historia, unas circunstancias, un estilo y, claro está, una sintaxis (la ortografía se le supone). Pero ¡claro! Debo contar algo más de mi novela —continúa—, y no soy filólogo para hablar con propiedad sobre ella, aunque creo que ni falta que hace. Ésta y mi otra media docena, ya escritas, han salido cada una de un rincón del alma, como cantara Alberto Cortez, al que menciono en la novela como a tantos otros compositores y cantantes que me han servido de referencia para desarrollar esta historia efímera de Laura y Mario, dos amantes ocasionales, los protagonistas imaginarios de una pasión fugaz, como tantas otras muchas que suceden por todos lados y que no son conocidas».

 

«A partir de esa inspiración —prosigue— que, desde luego, no fue seráfica, empecé a montar los capítulos, que fueron, naturalmente, doce, como las horas en que estuvieron esos protagonistas enlazados, con más o menos fuerza, y en las que entraron en simbiosis anímica —la corporal la imaginará el lector a nada que empiece a leer— y en contradicciones de sentimientos y de criterios. Los corolarios los deberán sacar los lectores cuando hayan acabado esta novela. Así nadie podrá decir que los conduzco a conclusiones rotundas”.

 

Pues ya lo sabes. Otra buena propuesta como lectura para este verano.

2 pensamientos en “Curiosidades de “Doce horas enlazados”

  1. Terminé “Doce horas enlazados”, que leí de principio a fin en dos días. Una relato apasionante que retrata una relación humana oculta, pero apasionante. Merece leerse

  2. He leído “Doce horas enlazados” y me ha resultado interesantísima, con una historia poco frecuente en novelas cuyo desenlace no cuento.

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