Curiosidades de “La mediocridad y sus dones”, de Mariano Díaz Barbosa

Un velatorio, el de la musa de un pintor. Allí coinciden éste y una joven. Ella, bella, hija de la finada; él ya apenas cree en su propia obra. Y ella le dirá a la cara lo que nadie se ha atrevido hasta ese momento: que su pintura es estéril. La única forma de dotarla de vida es sacar de sus entrañas la única belleza de la que es capaz.  La misma que está a punto de derrumbarse.

¿Quieres conocer más acerca de las interioridades de esta novela? Entonces, sigue leyendo.

«La mediocridad y sus dones —comienza contándonos su autor, Mariano Díaz Barbosa—, versa sobre un pintor que, a través de un personaje de artista torturado y una pintura caótica y mediocre, ha logrado cierto éxito en el establishment artístico. Al comienzo de la novela recuerda la experiencia infantil que hizo que se dedicara a la pintura, y luego, en el tiempo presente, al comenzar un nuevo cuadro, entiende que su trabajo ya no lo apasiona, que no cree en él, que no sabe cómo plasmar su visión del mundo. Ya no cree.

Al enterarse de la muerte de su antigua modelo y amante —prosigue Mariano Díaz Barbosa—, va al velatorio y conoce a la hija de la difunta. Se llama Friné y es una jovencita que, al hablar de arte, parece tener un conocimiento, una cultura que supera por mucho sus años. Cuando el protagonista le muestra su nuevo cuadro, ella lo destruye verbalmente; se atreve a decirle que su arte es una farsa, que no representa lo que él es ni tampoco lo que busca plasmar.

Allí comienza una relación extraña, conflictiva (sino perturbadora) entre ambos, y lo que él protagonista vive y padece quedará plasmado, indeleblemente, en su obra, la única auténtica que es capaz de lograr.

No es sólo el cuadro mismo, en el centro de la obra, lo que depende de las pasiones y relaciones entre los personajes, también el desarrollo de la trama. Porque ésta es una novela de personajes, climas y caracteres. No es una novela en la que los personajes están al servicio de la trama, si no lo contrario, aunque también hay una buena dosis de humor e ironía».

En consecuencia, Mariano Díaz Barbosa siente que «ésta es una novela para los lectores que valoran no sólo el hecho narrativo, sino la prosa y la forma de la escritura. El estilo es rico en imágenes y asociaciones sensibles y tiene un cierto barroquismo que va degradándose hasta el final, en que, a tono con la evolución mental del personaje, el lenguaje se hace fragmentario, reducido a las sensaciones más básicas: el color, el tacto, los olores. Los elementos básicos de la realidad».

A modo de curiosidad, los dos principales lugares en que transcurre la novela son Buenos Aires —«ciudad que la impregna toda, aunque nunca es referida explícitamente», confiesa el autor—, y el Tigre, un barrio en el límite Metropolitano de Buenos Aires y su provincia. «El campo donde vivía cuando la escribí», precisa.

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